Yo también estuve ahí


YO TAMBIÉN ESTUVE AHÍ

Cuando se es joven y se empieza a abordar la vida, llena de ilusiones y esperanzas, de múltiples proyectos y expectativas, lo que menos se piensa es en la posibilidad de pasar por situaciones extremas: accidentes, abandono, miseria, enfermedades graves, pérdida de la autoimagen con la cual ya nos identificamos y a la que mimamos diariamente.

Pero vivir significa una aventura diaria, una caja de sorpresas de todo tipo, que a veces se destapa sola.

Mi primer afrontamiento con situaciones sorpresivas y graves, se dio en el campo de la salud, a los veinte años, cuando cursaba el último semestre de mi carrera como profesional y licenciada en enfermería, por cuestiones del azar que nos acompaña, me diagnosticaron una enfermedad cardíaca de origen congénito (se presentó al nacer cuando un orifico de las cavidades del corazón que debía cerrarse no lo hizo), y tenía que ser operada lo más pronto posible.

En medio de todas las cosas, en este caso, no podían estar mejor para mí porque ya había iniciado mis primeros turnos en una de las mejores clínicas cardiológicas del país, pionera en cirugía cardíaca, con uno de los mejores equipos de cirujanos del momento y eran mis compañeros en el equipo de salud. El paso se dio rápido, lo di casi con entusiasmo, llena de fe y de esperanza, con una profunda confianza en las personas a cargo de mi vida y con el respaldo moral de mi familia, era joven y soñadora, veía en mi futuro una luz encendida, y así fue, la operación fue exitosa, curativa y mejoró notoriamente mi calidad de vida.

A los 45 años, siendo madre de un hijo estupendo criado en mi casa materna por el abandono temprano que nos dio su padre. Un día antes de navidad mientras me duchaba advertí invaginación o inversión del pezón en mi seno derecho, es cierto que la sangre se siente de hielo y el corazón se detiene

de inmediato recordé la imagen de mi profesor de cirugía cuando decía “pezón invertido, hundido, cáncer”.

 

Me palpé el seno y sentí una masa dura; un par de meses atrás había experimentado una masa, consulté con el oncólogo y el no encontró nada preocupante.
Pasaron las fiestas de fin año, comenté con mi familia y ellos se pusieron en espera con una preocupación contenida, esa siempre fue su actitud, yo pensaba que eran muy fríos, hoy reconozco que aquella actitud me dio valor, igual mis compañeras y equipo médico en el Hospital: preocupados pero seguros, cálidos y determinados.

La biopsia de seno confirmó la impresión diagnóstica “carcinoma de seno derecho”. De inmediato me realizaron los estudios de “extensión”, es decir, buscar si había siembras o metástasis en otros lugares del cuerpo donde usualmente este tipo de cáncer puede extenderse.

Asistí sola a todos mis exámenes, ¡como digo sola! en cada consulta, en cada examen diagnóstico había una mano acompañante, todo se hizo muy rápido.

Vino la quimioterapia

Yo había trabajado en servicios de hemato-oncología y conocía las dificultades y angustias que genera este tratamiento. Pero mi reacción fue “aprendida”, siempre vi en mis pacientes un valor, una fuerza que como dice un poema “una fuerza que reclama desde arriba”, yo no los vi romperse, no los vi claudicar y sin pensarlo los honré, aceptando como ellos lo que hubiera de venir.
Mi tratamiento se programó para 7 meses, y eso duró, incluyendo la mastectomía y extracción ganglionar, con patología negativa.

Confieso que me impactó más la pérdida del cabello que la pérdida del seno

yo estaba consiente que después del resultado de la patología , donde no se encontró huella de cáncer sino en el tumor, todo lo demás era ganancia, siempre tuve la seguridad de que no había llegado mi momento, ahí estaba mi hijo, David, el día que nació, abrí al azar la biblia y encontré un salmo de David “y aunque mi padre y madre me abandonaran ,jehová me recogerá”, Dios me había traído hasta aquí, él no me abandonaría.

Luego de los 7 meses de tratamiento me dieron concepto médico de haber entrado en remisión de la enfermedad, el mes en que obtuve esta bendición falleció nuestro perro, falló su corazón, los veterinarios me dijeron que eso solía suceder,” ellos se mueren y el dueño se salva.

Completé el año pasado 15 años en remisión, ya puedo llamarme sobreviviente de la enfermedad ¡GRACIAS DIOS MÍO!”.

Mi mamá falleció hace dos años, a los 93, y desde los 91 fue diagnosticada con cáncer de seno, por su edad solo recibió cuidado paliativo, ella decidió ignorar el tema, “yo no tengo nada, decía”.

Siento, que es un compromiso no escrito en documentos, sino en el corazón, lo que he vivido, lo que he recibido de Dios y de la vida, para honrarlo, tengo que compartirlo.

Con cariño,

LILIA FERNANDA TOVAR